INDEFENSO FRENTE AL ACECHO DE LA LOCURA

El día de hoy no tenía ganas de escribir, ni de venir al café de siempre Simplemente Deli a ver gente. Me disponía a encerrarme cual ostra en m departamento y lamerme las heridas. Las semanas que he tenido han sido más que difíciles. Me puse a ver una película de Almodóvar llamada «La flor de mi secreto» y me dí cuenta de que muchas de las guerras no son nada comparadas con una relación. Y me dispuse a escribir.

Existen relaciones que cuando dos personas chocan pueden formar una guerra. Muchas de las relaciones que conozco toman el espacio de pareja como una batalla haciendo imponer puntos de vistas o sentimientos. Se convierte en una guerra en la que no hay ganadores, sólo destrucción que se manifiesta en heridas, rencor y resentimiento. En este tipo de guerras nunca salen ilesos ninguno de los dos bandos.

El día de hoy estoy calculando los daños de la destrucción de una guerra. La guerra de lo que llamé amor. Me cuesta trabajo reponerme del haberme sentido tres metros sobre el cielo y ahora tres metros bajo tierra.

Como en cualquier guerra hay muchas pérdidas. Las primeras pérdidas fueron las ilusiones. Cuando comienzas una relación te imaginas en una película de romance, las que nos hacen sentir las mariposas en el estómago. En mi caso me ilusioné por esperar momentos de película, de decir los sentimientos abiertamente y que me hicieran sentir especial. La primera batalla derrotó a las ilusiones dejándolas por el suelo.

Cuando hay batallas los dos bandos se desgastan, se deterioran y cambian de estrategias. En el caso de una relación donde se vé como una batalla pasa lo mismo. Se desgastan los sentimientos cambiando de forma, se deteriora la paciencia y se cambian de papeles o roles para poder adaptarse a la posible siguiente batalla. En mi caso pasó lo mismo, mis sentimientos se fueron desgastando de llorar de alegría hasta llorar de tristeza o impotencia. Cambié de rol por ser “paciente” por momentos para poder usar otra estrategia y evitar más pérdidas.

Dentro de la destrucción existen muchos muertos. Murió el sentimiento intenso del amor, la paciencia, la escucha, la dignidad, la confianza, la comprensión, el deseo y muy especialmente la disposición.

En mi caso los muertos están listos para ser repatriados. En espera de saber qué hacer con ellos. Aún no sé hacia donde van a ir. Pero si me queda claro que la última batalla fue devastadora. Arrasó con todos ellos en un instante.

En mi guerra hubo muchos momentos de tregua, pero ninguno firmado con lealtad. Cuando dos naciones están en guerra firman acuerdos en donde la lealtad es muy frágil, cualquier posible punto sin cubrir puede desatar la guerra de nuevo. En mi caso esos puntos se rompieron varias veces, lo que desataba batallas cada vez.

Se utilizaron armas de destrucción masiva, cuerpo a cuerpo e inclusive espionaje infiltrado en alguno de los bandos.

Hoy me doy cuenta que como en cualquier guerra hay tristeza, desolación, confusión y muchas pérdidas. Me cuesta trabajo saber que es una guerra lo que he tenido en una relación, y no una verdadera apertura de confianza y comunicación. Duele saber que fue una guerra. Duele ver las pérdidas. Duele la confusión.

El arte de la guerra es muy parecido al arte del amor. Se alimenta con atención y cuidados para evitar el conflicto. Tan frágil que se tiene que cuidar lo que se dice o se hace, llenar de verdadera confianza para no estar con lupa viendo lo que hace el otro. Paciencia. Lealtad. Verdadera comunicación y disposición para resolver pequeños conflictos.

Me queda claro que pedí atención, escucha y comprensión. Sentirme especial. Cuando alguien te dá mucho sientes como si lo tuvieras, como si fuera parte de ti. Cuando al contrario se cierra a decirte lo que piensa, lo que siente y lo que quiere de ti se vuelve como si nunca hubiera sido tuyo. Y lo que me queda claro es que se perdieron muchas cosas, pero no se puede perder nada que no haya sido tuyo.

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